La muerte del Papa Francisco
El mundo católico y la comunidad internacional se estremecieron con la noticia del fallecimiento del Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, a los 88 años. Según el comunicado oficial del Vaticano, emitido por el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo de la Santa Sede, el pontífice murió a las 7:35 de la mañana en su residencia en Casa Santa Marta, tras una prolongada batalla contra una neumonía bilateral y complicaciones de salud que lo mantuvieron hospitalizado en el Hospital Gemelli de Roma desde el 14 de febrero de 2025. Su partida, anunciada en un contexto de rumores y desinformación en redes sociales, marcó el fin de un pontificado transformador y dejó un vacío en la Iglesia Católica y más allá.
Francisco, el primer papa jesuita y latinoamericano, asumió el trono de San Pedro en 2013 con un enfoque revolucionario centrado en la humildad, la misericordia y la atención a las periferias. Durante sus 12 años de pontificado, promovió una Iglesia más inclusiva, abogando por los pobres, los migrantes y el cuidado del medio ambiente, mientras enfrentaba críticas por sus reformas progresistas y su manejo de escándalos internos. Su legado incluye hitos como la encíclica Laudato Si’, la apertura al diálogo interreligioso y la simplificación de los ritos funerarios papales, reflejando su deseo de una Iglesia menos ostentosa.
La reseña de su muerte no puede separarse del impacto emocional que generó. Las campanas de luto resonaron en Roma, y millones de fieles se congregaron en la Plaza de San Pedro, recordando a un líder que, con gestos como usar un Fiat en lugar de un Mercedes o vivir en una residencia modesta, redefinió el papado. Sin embargo, su fallecimiento también expuso desafíos pendientes: la falta de un protocolo claro para la incapacidad de un papa, evidenciada durante su hospitalización, y las tensiones entre facciones conservadoras y progresistas que marcarán el próximo cónclave.
El protocolo tras su muerte, ajustado por el propio Francisco en 2024, se activó de inmediato. El cardenal Farrell certificó el deceso, y el Anillo del Pescador fue destruido para evitar falsificaciones. Su cuerpo, vestido con sencillez, será expuesto en la Basílica de San Pedro para la veneración de los fieles, en un ataúd a nivel del suelo, rompiendo con la tradición de pedestales elevados. El funeral, previsto entre el cuarto y sexto día, será seguido por el cónclave en la Capilla Sixtina, donde 138 cardenales menores de 80 años, muchos nombrados por Francisco, elegirán a su sucesor. La posibilidad de que sea inhumado en la Basílica de Santa María la Mayor, según su deseo, añade un toque personal a este momento histórico.
La muerte de Francisco no solo cierra un capítulo de reformas audaces, sino que plantea preguntas sobre el futuro de la Iglesia en un mundo polarizado. Su vida, dedicada al Evangelio y a los marginados, deja una huella imborrable, pero el cónclave venidero será un termómetro de cuánto perdurará su visión. Mientras el humo blanco anuncie al nuevo papa, el mundo recordará a Francisco como un “vendaval social y reformador” cuya esperanza, como tituló su autobiografía, seguirá inspirando.