La Navidad llega este año con una canasta significativamente más cara: según un relevamiento privado, los productos típicos de las fiestas aumentaron en promedio un 27%, un salto que obligó a la mayoría de los hogares a cambiar hábitos de compra. Con bolsillos agotados y salarios que no acompañan, el 74% de los consumidores admite que solo puede afrontar el gasto si encuentra promociones, descuentos o beneficios puntuales.

El encarecimiento no sorprende en un contexto de inflación que se resiste a moderarse en los rubros más sensibles. Pan dulce, budines, sidras, turrones y espumantes muestran subas estructurales muy por encima de los ingresos reales, lo que empuja a miles de familias a reemplazar primeras marcas por segundas y, en muchos casos, a recortar directamente la cantidad de productos.

Los supermercados responden con ofertas agresivas, combos, “2×1”, cupones y descuentos con billeteras digitales o tarjetas de crédito. Pero aun así, gran parte de los consumidores reconoce que solo compra lo indispensable, y que el armado de la mesa navideña dejó de ser un momento de planificación familiar para convertirse en un ejercicio de supervivencia económica.

Las compras anticipadas, tradicionalmente una estrategia para evitar aumentos de último momento, hoy tampoco garantizan ahorro: las listas de precios cambiaron varias veces en las últimas semanas, obligando a los hogares a hacer un seguimiento permanente de promociones para poder cerrar la compra sin romper el presupuesto.

Así, la combinación de aumentos y pérdida de poder adquisitivo convirtió a la canasta navideña en otro termómetro del deterioro del consumo masivo. Y si algo está claro, es que este diciembre el espíritu festivo deberá convivir con una realidad económica que no da tregua.

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