Domingo Juan Sesín está féliz. Gracias a que a sus colegas Aída Tarditti y Jésica Valentini superaron su anterior y conveniente complejo feminista, y que ellas, junto al laboralista Luis Angulo ovidaron por completo las ínfulas repúblicanas de la alternancia en el poder, Sesín logro ser electo por dos períodos (hasta 2027 completo) frente al Tribunal Superior de Justicia de la Provincia. El cargo le servirá para mucho más que las empalagosas e impostadas formalidades de actos y paradas a las que es tan afecto. Sin embargo hay un privilegio que la re-re frente al TSJ le garantiza a Sesín, y que le gusta mucho: mantener sin obligaciones de asistencia ni de trabajo a su esposa, Beatriz Pisani, «Susú», quien ostenta el cargo más alto que un empleado judicial pueda aspirar en el Ministerio Público Fiscal de Córdoba. Pîsani cobra casi lo mismo que un fiscal de Cámara y desde 2020, cuando la pandemia de Covid 19 obligó al trabajo remoto en el sistema judicial, no se le vio pisar nunca más en el edificio de Tribunales Uno. Allí Susú debería ocupar uno de los despachos más cercanos al del fiscal general, y aunque lo tiene hermosamente acondicionado, no se le ve aparecer nunca. Es la única empleada que goza del privilegio del denominado «trabajo remoto», algo acordado por Sesín con el actual fiscal general Juan Manuel Delgado. Cuándo se conoció que éste sería reemplazado el año próximo algunos funcionarios pensaron ingenuamente que las largas «vacaciones» de Susú terminarían. Desde la semana pasada perdieron las esperanzas. Susú será, otra vez, la primera dama Judicial de Córdoba, y si no trabajaba cuando plebeya, menos lo hará- aseguran- ahora con cargo honorífico.

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