En medio de un programa económico que promete “ordenar” la macro pero que, a paso firme, sigue licuando ingresos y profundizando la recesión, la Argentina marcó un dato que expone una de las grandes contradicciones del Gobierno: mientras la industria local agoniza, las importaciones de bienes de consumo alcanzaron un récord histórico de más de 8.300 millones de dólares hasta septiembre, superando en 1.693 millones el máximo previo registrado en 2018.

El dato no es menor ni técnico: habla de un esquema económico que, lejos de apostar por la producción nacional, parece haber optado por un modelo donde conviven una industria paralizada, ventas en derrumbe y un mercado interno devastado, mientras las góndolas se llenan de productos importados. No hay misterio: cuando la demanda doméstica está por el piso y la capacidad instalada ociosa crece, lo que aparece no es competencia sino desplazamiento de lo que queda de la producción local.

Los números industriales confirman el deterioro. Sectores clave como alimentos, textiles, calzado, línea blanca y electrónica muestran caídas sostenidas, con plantas trabajando a mínimos históricos y suspensiones que se acumulan. El resultado es conocido: salarios pulverizados, fábricas que cierran y empleo formal que se vuelve un privilegio en extinción.

En ese contexto, que las importaciones de bienes de consumo rompan récords es una señal inequívoca de que la política económica no solo no protege la producción nacional, sino que la deja librada a una competencia desigual en un mercado interno deprimido. El Gobierno celebra la “apertura”, pero omite que detrás hay cientos de pymes peleando por sobrevivir y miles de trabajadores empujados a la informalidad o directamente a la desocupación.

El mensaje oficial es que el aumento de importaciones refleja “confianza”, “normalización” o “recuperación”. Pero en la economía real la lectura es mucho menos amable: entrar más bienes del exterior, cuando el consumo cae y la producción se desploma, no es sinónimo de modernización —es el síntoma típico de un país que resigna industria y empleo a cambio de beneficios de corto plazo.

La macro podrá festejar su número récord, pero en la calle el récord es otro: el de comercios vacíos, fábricas sin pedidos y trabajadores que ya ni preguntan “cuándo empieza la reactivación”, porque la respuesta siempre es mañana. Y mañana, en la Argentina de hoy, cada vez parece más lejos.

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