Los reclamos para eliminar el peaje de la ruta E-55, en el acceso a La Calera, volvieron a ganar volumen en los últimos meses. Vecinos, dirigentes locales y legisladores se subieron a una consigna que suena bien en términos electorales, pero que evita una discusión básica: el peaje existe desde hace más de veinte años y es la principal razón por la que la ruta se mantiene en condiciones aceptables.
La estación de cobro fue instalada a comienzos de 2003. No apareció de la nada ni fue colocada recientemente. Cuando se inauguró, La Calera tenía alrededor de 25.600 habitantes. Hoy, según el último censo, supera los 45.000. La ciudad prácticamente duplicó su población, el tránsito aumentó de manera exponencial y la ruta pasó de ser un corredor secundario a un acceso metropolitano clave. Todo eso ocurrió con el peaje ya funcionando.
Por eso resulta, como mínimo, deshonesto presentar el tema como una sorpresa. La mayoría de quienes se mudaron a La Calera en los últimos años lo hicieron sabiendo que para entrar y salir por la E-55 había una cabina de peaje. Nadie compró una casa creyendo que la ruta era gratuita. El peaje estaba, funcionaba y era parte del esquema vial de la zona.
El costo, claro, existe y no es menor. Una familia con dos autos que cruza la cabina todos los días puede llegar a pagar entre 54.000 y casi 240.000 pesos mensuales, según el sistema que utilice. Es un gasto concreto que pesa en el bolsillo. Pero el debate real debería ser cómo se mejora el sistema, cómo se amplían descuentos o se ordena el tránsito, no vender la fantasía de que eliminando el peaje la ruta va a seguir igual de bien mantenida.
Ahí aparece la mayor hipocresía política. El intendente Fernando Rambaldi y varios legisladores usan el peaje como bandera fácil, prometiendo su retiro sin explicar quién va a pagar entonces el mantenimiento de la ruta. La experiencia local es contundente: el propio municipio de La Calera no logra mantener en buen estado sus calles, con baches, falta de iluminación y obras postergadas. Pretender que ese mismo esquema vaya a hacerse cargo de una ruta provincial de alto tránsito roza lo irresponsable.
Sin peaje no hay magia. Alguien tiene que pagar el bacheo, la repavimentación, la señalización, el corte de pasto, la iluminación y la seguridad vial. Si se levantan las cabinas, esos costos no desaparecen: se trasladan al Estado. Y cuando el Estado no tiene recursos o prioridades claras, las rutas se degradan. Basta recorrer otros corredores sin peaje para entender cómo termina esa historia.
El reclamo puede ser legítimo, pero el uso político del tema es evidente. Rambaldi y algunos legisladores prefieren apuntar contra una cabina antes que dar una discusión seria sobre financiamiento, transporte y crecimiento urbano. Es más rentable electoralmente gritar “saquen el peaje” que explicar que sin ingresos la E-55 se va a deteriorar rápidamente.
La discusión no debería ser peaje sí o no, sino qué peaje, para qué y con qué controles. Todo lo demás es oportunismo. Porque prometer rutas gratuitas sin decir quién las mantiene es fácil; mantenerlas en buen estado, no. Y La Calera ya da muestras de que, sin recursos, ni siquiera puede con sus propias calles.


