Victoria Villarruel no es una figura más dentro del oficialismo. Es, en muchos aspectos, la arquitecta silenciosa de la llegada de Javier Milei a la presidencia. Sin ella, el proyecto libertario difícilmente habría superado los márgenes del nicho antisistema. Dueña de un caudal político propio, articuladora con sectores de derecha y representante de una agenda ideológica que Milei nunca asumió del todo, Villarruel es el verdadero factor de poder interno en La Libertad Avanza. Pero hoy, esa misma fuerza que la hizo imprescindible empieza a incomodar a los libertarios puros, y ella se convierte en blanco de fuego amigo.
Villarruel construyó su figura pública como abogada y fundadora del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), con una fuerte crítica al relato de los derechos humanos dominante en la Argentina desde 1983. Su agenda atrajo a militares retirados, víctimas de organizaciones armadas, sectores conservadores católicos, votantes desencantados de Juntos por el Cambio y simpatizantes del nacionalismo tradicional. A ese bloque lo organizó, lo politizó y lo llevó a las urnas. Sin ese núcleo ideológico duro, Javier Milei no hubiera alcanzado el ballotage.
Mientras Milei conquistaba los micrófonos con su retórica incendiaria, Villarruel tejía redes con estructuras reales: iglesias, asociaciones castrenses, reservistas, punteros conservadores, referentes del orden y del “sentido común” de derecha. Su presencia le dio credibilidad al espacio frente a un electorado que necesitaba algo más que eslóganes.
A medida que la figura de Villarruel crece en peso político e institucional, dentro y fuera del Senado, el “núcleo duro” libertario empieza a verla como una amenaza. La acusan de “estatista”, de coquetear con el “pobrismo”, de tener una agenda “no liberal” por su cercanía a causas ligadas al nacionalismo y al conservadurismo social. En redes sociales, influencers libertarios empezaron a operar en su contra, señalando supuestas “traiciones” a la causa de la libertad.
Pero en el fondo, el problema no es ideológico: es político. Villarruel muestra autonomía, interlocución propia y un nivel de pragmatismo que contrasta con la obediencia vertical que exige el entorno presidencial. Además, se ha permitido marcar diferencias con el Ejecutivo, como en temas de defensa, seguridad, relaciones exteriores e incluso en la estrategia legislativa.
En un gobierno que concentra el poder en la figura presidencial y castiga toda forma de disidencia interna, la vicepresidenta aparece como un polo que no responde a la lógica del “todos detrás de Milei”. Esa autonomía genera nerviosismo.
Villarruel ha evitado confrontar públicamente con Milei, pero su silencio empieza a ser interpretado por algunos como una estrategia de espera. En el Senado, ejerce su rol con astucia y mantiene canales abiertos con bloques opositores, lo que le otorga un poder de negociación del que Milei carece. A la vez, conserva el apoyo de un sector del electorado que votó a La Libertad Avanza por ella, no por el Presidente.
Hoy, en un escenario político volátil, Villarruel representa algo que molesta tanto al círculo íntimo de Milei como a los puristas libertarios: poder propio, votos propios y pensamiento propio.
Mientras Milei continúa con una gestión errática y un relato en permanente tensión con la realidad, la figura de Victoria Villarruel empieza a perfilarse como alternativa dentro del oficialismo. No porque ella lo haya dicho, sino porque el escenario la empuja. En política, el vacío siempre se llena, y hoy ella es una de las pocas figuras del Gobierno con peso institucional real, base ideológica y capacidad de diálogo.
Atacarla desde adentro es un gesto que revela algo más profundo: la fragilidad del liderazgo presidencial frente a una figura que, sin gritar, sin sobreactuar y sin despeinarse, podría ser la heredera natural del espacio que ayudó a construir. Porque sin Victoria Villarruel, Javier Milei no sería presidente. Y cada vez más libertarios parecen darse cuenta